Allá voy: si os dais cuenta, el circo no es más que una prueba casi irrefutable de que los humanos sienten aprecio por el otro, que no siempre viven pensando en el ombligo. Y si no me creéis, pensad qué es el circo: es un lugar al que vamos a ver gente hacer cosas maravillosas. Hasta al más egoísta, egocéntrico y narcisista se da alguna vez el capricho de ir a ver las genialidades que realizan personas que no son él. Es disfrutar de los demás, es un disfrute personal.
Además, cuando uno va al circo, va con el sentimiento que alberga la esperanza de que todo va a salir bien. Pero así no tendría gracia el circo; necesitan mostrar que el peligro es real, tangible, posible, que puede suceder. Y así lo hacen, con esas pausas dramáticas: el temblor del gimnasta ante el posterior esfuerzo suprahumano; la respiración profunda de la malabarista antes de comenzar...Todo hace ponernos en el escenario y pensar: "Ojalá le vaya bien y no se equivoque".
Y esto demuestra mi teoría de que todos pensamos en el otro y le queremos. De formas distintas, pero le queremos. Al menos, le queremos vivo. Y si no, como demostración final, escuchad ese grito ahogado cuando parece que el de la cuerda floja se va a caer y estampar contra el suelo tras 6 m de caída.
Ahí lo dejo. Y que cada cual infiera lo que crea conveniente. Amén.